Cuentos Hiperbreves


  • Encima de un enorme iceberg a la deriva por el Atlántico Norte, un señor de Cuenca, funcionario de correos, y un pingüino discutían por el precio de un sello. El debate era agrio, visceral, a cara de perro, y quizás hubiera durado días, meses, años. Pero el iceberg no (Eloy Mon)
  • Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.
  • Sola y su Alma. Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
  • Despertó cansado, como todos los días. Se sentía como si un tren le hubiese pasado por encima.Abrió un ojo y no vio nada. Abrió el otro y vio las vías. (Norberto Costa)
  • Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño.(Miguel Saiz Álvarez)
  • Desesperación
    Cuando terminó de deshojar la margarita, continuó con los dedos de su mano derecha.
  • Llave. Se le perdió la llave, no pudo salir y murió lentamente, de hambre y sed. No supo nunca que la puerta ni siquiera estaba cerrada.
  • Del tiempo a tres voces
    Antes de morir, papá me regaló su reloj. Pasaron los años, y ahora mi hijo ve la hora de su abuelo.
  • Mientras yo la dejaba y ella era dejada por mí, yo lloraba y ella no: inmejorable resumen de lo que nuestra relación fue
  • Soñé que soñábamos que nos encontrábamos en un sueño. Después de amarte, volver a la realidad fue artificial
  • Verse y amarse fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.
  • Era tu padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente, te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que el disco se ponía rojo de repente ni en que derrapaba en la curva un autobús y se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. Ya en el suelo, inmóvil y medio atragantado de sangre, volviste de nuevo tus ojos hacia él y comprendiste. Era, siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez más a recogerte.
  • Víctor Hugo Hernández era tan insignificante y pasaba siempre tan inadvertido, que cuando dieron la noticia de su muerte, todos en el pueblo se sorprendieron. Lo creían muerto hacía ya muchos años
  • Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

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