Un empujón en la dirección correcta y dos bocas pueden chocarse, encontrando así un sabor totalmente dependiente de la química que resulte de aquel accidente. Dos palabras pueden encontrarse, y según el grado de profundidad de aquellas, dos corazones pueden conocerse.
Sin embargo, cuando dos personas se juntan, no siempre sale algo positivo. Puede sucederse una pelea, una discusión. Pueden herirse por miedo a ser lastimados. El orgullo puede impedirles entregarse por completo. Y el pasado puede frenarlos a construir un nuevo futuro.
Pero de modo contrario, cuando dos miradas son las que llegan a buscarse y encontrarse, no hay mentiras de por medio. Los ojos destellan una especie de luz de la sinceridad, en donde cada sentimiento es reflejado de manera sencilla y concreta. No todos tenemos la paciencia y el tiempo para dedicarle unos segundos a una mirada. Pero si nos concentramos y nos hundimos en ella, si atravesamos las pupilas y vamos mas allá del iris, podemos acercarnos un poco al otro.
Mirar a través y no mirar a. Comprometerse, estudiarse, conocerse. Dejar a un lado la individualidad para pertenecer. A veces el temor a ser domesticados (como diría El Principito) nos aleja un poco de la dulzura y solidaridad que se encuentra detrás de un par de ojos. Es increíble, pero cierto, que la retina es la muralla que divide unos de otros.
Eme. :)
15 mayo, 2010 19:45
Que cierta es la frase del final.
Me gusto mucho esta entrada!
Saludos